Los dispositivos de monitorización constante de la salud (weareables), como las pulseras o relojes que miden el ritmo cardíaco y los pasos, o las camisetas con biosensores, pueden llegar a convertirse en un complemento más del atuendo diario por su potencial en el mantenimiento de la salud. Sin embargo, disponer de datos constantes de nuestra salud es un arma de doble filo que podría ser utilizada por las compañías aseguradoras. Al menos es el debate que se ha planteado en Estados Unidos.
Estos dispositivos permiten controlar la actividad física haciendo un seguimiento diario del ejercicio realizado, el ritmo cardíaco, las calorías y otros indicadores de salud, lo que promueve un estilo de vida beneficioso para el organismo. La popularización de estos hábitos tendrían una ventaja añadida y es el ahorro para el sistema sanitario al reducirse las patologías asociadas a unos hábitos poco recomendables. Además, tienen la opción de conectarse de forma inalámbrica al teléfono y, con él, al profesional de la salud.
En un principio los dispositivos inteligentes fueron ideados para deportistas. Sin embargo, su popularización crece y las grandes empresas apuestan por ello, como comentamos con motivo de la celebración de la feria de la electrónica de consumo CES, donde muchos de los dispositivos que se presentaron eran aparatos de uso cotidiano que proporcionan indicadores de salud. Por ejemplo, Wellograph Watch, un reloj que incluye un monitor de frecuencia cardiaca galardonado con el premio a la innovación.
La cotidianidad de esta tecnología, unida a los servicios de volcado de datos en línea, conlleva muchas ventajas, como el ahorro de costes sanitarios y la intervención inmediata en urgencias. Sin embargo, también puede suponer una fuente de información sensible que puede estar muy cotizada por las empresas y las compañías aseguradoras para fijar pólizas a medida, como están planteando algunas voces en Estados Unidos.
El empeño del presidente Obama por proporcionar cobertura sanitaria a la mayor parte de la población ocasionó la aprobación de la polémica ley Patient Protection and Affordable Care Act, más conocida como “Obamacare”. Permitía a las empresas controlar y monitorizar la forma física de los empleados cobrándoles diferentes tipos de seguro de salud en base a los hábitos de vida. La ley no ha llegado a implementarse por completo y el gobierno norteamericano ha anunciado el 10 de febrero un nuevo retraso en aplicación de algunos aspectos de la reforma. Entre los obstáculos que han impedido su desarrollo está la oposición de diputados y senadores que consideran que esta ley supone una intromisión en el derecho a la privacidad médica.
La cuestión es, como siempre la confidencialidad de los datos. Si es el paciente quien tiene acceso a la información sensible y puede decidir con quién la comparte, estos dispositivos pueden salvar muchas vidas.
Los fabricantes de dispositivos que hayan demostrado su eficacia y seguridad tienen que realizar una buena comunicación de sus ventajas para desactivar los miedos y popularizar su uso.