Un villano que se enriquece ilícitamente, un drama con niños por medio, hechos reales, una historia creíble en su conjunto y, por supuesto, un superhéroe que denuncia la amenaza. Todos estos elementos pueden formar parte de un guión cinematográfico… o de un rumor en Internet. En el ámbito de la salud el campo está abonado, sobre todo si quienes deben desenmascarar al supuesto bueno permanecen callados o no han construido una reputación en el mismo terreno que el de esos superhéroes de pacotilla: las redes sociales.

Hace 4 años, la monja benedictina y doctora en Salud Pública Teresa Forcades, hoy apóstol del independentismo catalán, denunciaba en un vídeo la “gran conspiración” de los laboratorios farmacéuticos para fabricar vacunas con la gripe A con las que contagiar a la población y lucrarse. El vídeo, por cierto en español, tuvo cientos de miles en YouTube a pesar de durar casi una hora, y Forcades fue la estrella de numerosos programas de televisión y radio. Algunos expertos y blogs de ciencia, como Ciencia al Día, refutaron las afirmaciones de la doctora Forcades por exagerar algunos hechos, dar por ciertos otros sin serlo, y crear una alarma social injustificada. Pero no fue suficiente, los mensajes cuasi apocalípticos con buenos y malos malísimos (sería fácil la analogía con los otros intereses de la monja pero escapan a este blog) calaron rápidamente y se hicieron notar en las campañas de vacunación de ese año y los siguientes.

Tras combatir la vacuna de la gripe A, las diatribas médicas de la doctora Forcades fueron contra la del papiloma. La muerte de una niña por los efectos adversos de la vacuna, como recogía una sentencia judicial sobre la imagen de la menor, dio alas para un nuevo vídeo y nuevas teorías conspiradoras a la monja más mediática y a cientos de blogs y portales de medios. A pesar de los estudios científicos avalando su eficacia y seguridad (con efectos adversos, como todos los tratamientos), del apoyo de las sociedades científicas y de las autoridades sanitarias, se necesita muchas dosis de paciencia para encontrar entre cientos de resultados alguno que refleje la versión de los dos laboratorios que comercializan las vacunas.  ¿Cómo es posible que una sola doctora sin más aval en su currículum científico que un libro sobre Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas eclipse a especialistas con décadas de investigación y a autoridades sanitarias? Sin duda, algo falla en la comunicación.

La industria farmacéutica tiene todas las posibilidades para hacer de malo en cualquier guión. Durante años se han producido prácticas fraudulentas de compra de voluntades médicas y por más que los controles y normativas conviertan esa práctica en una excepción hoy día, el sanbenito sigue existiendo, en particular cuando su contribución a la salud y a la investigación no se comunica lo suficiente. No es extraño, por tanto, que con una bien contada historia de buenos y malos, como la relatada por la monja benedictina, su reputación siga cayendo. Y más aún si el superhéroe tiene cientos de miles de seguidores, como Jordi Évole, con su famosa entrevista en Salvados al entonces director de comunicación de Farmaindustria (que poco después dejó de serlo).

Los rumores siempre han existido en salud. Lo que ha cambiado es la capacidad de propagación que proporciona Internet y las redes sociales en particular. Un estudio de la Universidad de Zaragoza, publicado en febrero pasado por la revista Physical Review E, concluye, curiosamente, que los rumores en redes sociales tienen un comportamiento similar al de los virus. En el modelo teórico planteado por Javier Holthoefer y Yamir Moreno, para que el mensaje sea transmitido con éxito debe ser «percolable»: digno de crédito. Como en el contagio epidémico, un agente comienza a propagar cierto rumor en una red social y los agentes vecinos pueden «contagiarse» con la noticia a través de los enlaces que los unen a nodos «infectados», de manera que mientras dura el contagio, se convierten a su vez en propagadores del rumor. Como en las células, existen «transmisores influyentes», que transmiten mejor el rumor. Finalmente, los agentes se «curan». Es decir, detienen la difusión del mensaje porque todos lo conocen.

Aunque no aparece en el modelo de los investigadores, el tratamiento siempre es menos eficaz que la vacuna (aunque la doctora Forcades discrepe): la inmunidad de al menos una parte de los agentes que pueden transmitir el rumor, es decir, periodistas y otros influenciadores con los que se ha creado una relación de confianza a lo largo del tiempo. Esa vacuna contiene información fidedigna (incluyendo la posible existencia de efectos secundarios), actualizada y contrastable (acceso a estudios científicos, investigadores y autoridades sanitarias internacionales y nacionales), y forma parte de una estrategia de comunicación. Una estrategia que incluye un protocolo de actuación en caso de crisis (un manual de crisis) y unos profesionales especializados en comunicación de salud que se encargan de monitorizar, interactuar, coordinar y divulgar contenido, durante la crisis y, sobre todo, antes de que aparezca.

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